domingo, 14 de abril de 2024

Dusicyon avus. La sociedad entre el gran zorro extinto y el cazador-recolector.

 



En una tumba antigua en lo que hoy es el norte d la Patagonia Argentina, una persona fue enterrada con un compañero canino, pero este animal no era un perro, según una nueva investigación. El entierro contenía el esqueleto de un tipo de canino que alguna vez pudo haber competido con los perros por el afecto humano: un zorro.

Los humanos y los perros tienen una larga historia. La relación entre las dos especies tiene decenas de miles de años. Sin embargo, un nuevo análisis de la evidencia de un entierro patagónico que data de hace unos 1.500 años sugiere una estrecha conexión similar entre un cazador-recolector de la zona austral de América del Sur y la gran especie extinta de zorro Dusicyon avus.

Los arqueólogos originalmente descubrieron el esqueleto casi completo de D. avus enterrado junto a un humano en Cañada Seca, un sitio en el norte de la Patagonia, en 1991. No había marcas de cortes en los huesos, por lo que no se habían comido al zorro, dijo la Dra. Ophélie Lebrasseur, investigadora de la Red de Investigación en Paleogenómica y Bioarqueología de Wellcome Trust en la Facultad de Arqueología de la Universidad de Oxford en el Reino Unido.

Un análisis en profundidad del ADN antiguo y la datación por radiocarbono confirmaron la especie y la edad del zorro, y el examen del colágeno en los restos del zorro reveló que comía la misma comida que este grupo de humanos. Además de la colocación del esqueleto en la tumba, la dieta del animal sugirió que el zorro era manso y pudo haber sido una mascota, informaron los científicos el miércoles en la revista Royal Society Open Science.

El descubrimiento se suma a un creciente conjunto de evidencia de sitios de entierro en otros continentes que indican que los zorros individuales fueron domesticados por humanos y compartían una conexión basada en el compañerismo.

D. avus vivió desde el Pleistoceno (hace entre 2,6 millones y 11.700 años) hasta el Holoceno, y se extinguió hace unos 500 años. Era aproximadamente del tamaño de un pastor alemán moderno, pero mucho menos voluminoso, pesaba hasta 15 kilogramos (33 libras).

La noción de los zorros como mascotas en América del Sur se alinea con la evidencia de otros entierros de zorros en Europa y Asia, dijo la Dra. Aurora Grandal-d'Anglade, paleobióloga de la Universidad de Coruña en España. Grandal-d'Anglade, que no participó en el nuevo estudio, describió anteriormente las tumbas de la Edad del Bronce en la Península Ibérica que incluían decenas de perros y cuatro zorros enterrados junto a personas. Los investigadores descubrieron que los zorros estaban colocados de manera muy parecida a los perros, lo que sugiere que ellos también eran compañeros de los humanos.

"No hay ninguna razón por la que los zorros no puedan ser domesticados", dijo Grandal-d'Anglade a CNN en un correo electrónico. “Sabemos que los humanos en muchas sociedades completamente diferentes a menudo tienen animales domésticos (no sólo caninos, sino también monos, pájaros y reptiles) simplemente como animales de compañía. Cuando se mira desde esta perspectiva, aparecen cada vez más sitios donde los zorros parecen haber desempeñado el papel de animales de compañía”.

Encontrar D. avus en una tumba humana fue sorprendente por otra razón: si bien la especie alguna vez estuvo muy extendida en la zona sur de América del Sur, antes era desconocida en esta parte de la Patagonia. Los cazadores-recolectores que vivían en la región normalmente permanecían dentro de un rango de aproximadamente 70 kilómetros (44 millas), por lo que probablemente se encontraron con el amigable zorro dentro de ese rango, según el estudio.

“El Dusicyon avus debió haber sido parte de la vecindad cercana para poder integrarse dentro de la comunidad”, dijo Lebrasseur.

El análisis también expuso lo que llevó a los zorros a la extinción, o más bien, lo que no. Una hipótesis sugirió que los zorros se cruzaron con perros que los colonizadores europeos introdujeron en América del Sur, y que el cruce finalmente provocó que el linaje de los zorros se extinguiera. Pero el ADN del zorro contaba una historia diferente, informaron los autores del estudio.

"Basándonos en lo que pudimos recuperar y en la técnica que desarrollamos en Oxford hace unos años, podemos suponer que el cruce entre perros domésticos y Dusicyon avus no habría podido producir descendencia fértil", dijo Lebrasseur.

Sin embargo, todavía es posible que los perros no fueran del todo inocentes en el declive de los zorros. Con una dieta similar a la de D. avus, los perros pueden haber ayudado a acelerar la extinción de los zorros al superarlos. Los perros también podrían haber portado y transmitido enfermedades que enfermaron a los zorros, añadió Lebrasseur.

Los expertos suelen explicar la domesticación de perros como algo que ocurrió porque los humanos se dieron cuenta de que podían poner a los perros a trabajar como cazadores o pastores, dijo Grandal-d'Anglade. Pero el esqueleto de D. avus en Cañada Seca y otros entierros de zorros insinúan que un animal no necesitaba ser un trabajador útil para ser nutrido por los humanos: simplemente podía ser un amigo.

"La proliferación de caninos de diferentes especies en estrecha relación con los humanos parece indicar que en principio se trataba de una relación de afecto, de compañerismo", afirmó Grandal-d'Anglade. "El hecho de que los encontremos en tantas sociedades diferentes y en diferentes continentes indica que tener animales como compañía, y no sólo como animales de trabajo o de carne, es un rasgo ancestral en los humanos".  Fuente ; cnnespanol.cnn.com

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jueves, 11 de abril de 2024

Titanomachya gimenezi, una nueva especie de sauropodo gigante de la Patagonia Argentina.

 





El “Titanomachya gimenezi” vivió hace más de 65 millones de años y era 10 diez veces más pequeño que otros de su especie. Los detalles del hallazgo realizado en Chubut y por qué podría brindar datos únicos sobre la evolución en el periodo Cretácico

Un nuevo descubrimiento significativo sacudió a la paleontología. Un equipo de investigadores del CONICET encontraron los restos fósiles de un tipo de titanosaurio denominado Titanomachya gimenezi, que vivió hace unos 66 millones de años, al final del período Cretácico. Se estima que pesaba aproximadamente 7 toneladas y era diez veces más pequeño que otros de su especie.

Los restos fueron hallados en la formación La Colonia, ubicada en la provincia de Chubut. Se trata del segundo dinosaurio encontrado en este lugar, pero el primer saurópodo, es decir que pertenece al grupo de los vertebrados terrestres más grandes en la historia evolutiva, caracterizados por ser herbívoros. El descubrimiento se realizó en el marco de una campaña efectuada por investigadores del CONICET en el Museo de La Plata (MLP, UNLP) y el Museo Paleontológico Egidio Feruglio (MEF) de Trelew.

Según indicaron, su tamaño era pequeño en relación con otros gigantes encontrados en Chubut, como el Patagotitan mayorum, que se calcula medía casi 40 metros de largo, con un cuello de 12 metros y un peso estimado en 70 toneladas. El T. gimenezi habitó la Patagonia durante el Maastrichtiano, la última edad del periodo Cretácico que precedió a la extinción masiva.

Según señalaron, las reconstrucciones ambientales de la formación La Colonia “indican que por entonces esos ambientes estaban dominados por estuarios o albuferas, es decir que su entorno contaba con una variada flora que incluía palmeras, plantas acuáticas con flores y coníferas”. Los detalles del hallazgo fueron publicados en la revista científica Historical Biology.

Agustín Pérez Moreno, becario posdoctoral del CONICET y autor principal del estudio, fue quien lideró las excavaciones que permitieron recuperar partes de los miembros, fragmentos de costillas y una vértebra caudal del dinosaurio. “El proceso de extracción fue muy minucioso e involucró a diez personas, ya que requirió embochonar o recubrir los restos con camisas de tela de arpillera y yeso para protegerlos antes de su traslado a los laboratorios del MEF”, detalló el científico.

A diferencia de otros saurópodos descubiertos en la misma región, como el Patagotitan mayorum, T. gimenezi se caracteriza por su tamaño relativamente pequeño. “La morfología del astrágalo –hueso responsable de distribuir la fuerza procedente de la tibia en el interior del pie– nunca fue vista antes en otros titanosaurios y muestra rasgos intermedios entre los linajes Colossosauria y Saltasauroidea, lo que destaca su importancia evolutiva. Además, estudios filogenéticos han revelado que precisamente es miembro del gran linaje de los Saltasauroidea”, comentó el investigador.

Esta particularidad destaca la relevancia evolutiva del dinosaurio y contribuye a la comprensión de la diversidad de los titanosaurios durante el Cretácico Superior. La investigación arroja luz sobre las especies de saurópodos que habitaron la Patagonia durante el Maastrichtiano, la última edad del período Cretácico y ofrece datos valiosos sobre los ecosistemas de la época.

“La formación es conocida por haber revelado diversos fósiles, desde dinosaurios carnívoros y plesiosaurios hasta tortugas y otros reptiles. Los hallazgos en La Colonia no solo ofrecen información crucial sobre las poblaciones de saurópodos en la Patagonia durante el final del período Cretácico, sino también sobre la diversidad de los ecosistemas de la región en ese momento”, apuntó Pérez Moreno.

A su vez, el paleontólogo agregó que “Titanomachya gimenezi marca el inicio de una serie de descubrimientos esperados en la formación La Colonia y, a medida que el proyecto avance, se anticipa la revelación progresiva de nuevas especies de dinosaurios, acompañadas de reconstrucciones paleoecológicas y ambientales que proporcionarán una visión más completa del mundo prehistórico en el que estos magníficos animales vivieron y desaparecieron”.

“Se erige como un descubrimiento intrigante que añade una nueva perspectiva a la rica historia de los dinosaurios saurópodos de la Patagonia durante el Cretácico Superior y abre la puerta a futuras investigaciones que profundicen en la diversidad y evolución de estos majestuosos gigantes”, sumó el investigador.

En cuanto al nombre, Pérez Moreno señaló que “es especialmente apropiado, ya que Titanomachya gimenezi procede de la época en que se extinguieron los titanosaurios”. A su vez, en “la palabra gimenezi rendimos homenaje a la fallecida científica Olga Giménez, quien fue la primera paleontóloga en estudiar los dinosaurios de la provincia de Chubut. Su legado ha dejado una huella imborrable, y esta denominación busca honrar su contribución pionera a la comprensión de la rica historia paleontológica de la región”.

Por su parte, el paleontólogo Diego Pol, del Museo Paleontológico Egidio Feruglio, destacó que “antes de este descubrimiento, no había registros de dinosaurios saurópodos en esta región”, siendo que “los restos estaban desarticulados pero colocados muy cerca unos de otros”. Según estimó, tras hallar costillas, vértebras, huesos de las extremidades y parte de una cadera, el dinosaurio tenía las dimensiones corporales de una vaca grande y un cuello y una cola largos, alcanzando unos seis metros de largo.

“Los hallazgos en La Colonia no solo ofrecen información crucial sobre las poblaciones de saurópodos en la Patagonia durante el final del período Cretácico, sino también sobre la diversidad de los ecosistemas de la región en ese momento”, ya que “la formación es conocida por haber revelado diversos fósiles, desde dinosaurios carnívoros y plesiosaurios hasta tortugas y otros reptiles”, afirmó el además explorador de National Geographic.

Según advirtieron los investigadores, esta es una de las campañas que se realizan en la zona. Posteriormente, se realizarán otras junto a profesionales del Instituto de Investigación en Paleobiología y Geología (IIPG, CONICET-UNRN). Cabe destacar que el hallazgo se llevó a cabo en el marco del proyecto “Fin de la Era de los Dinosaurios en Patagonia”, financiado por National Geographic, que tiene como objetivo investigar todos los aspectos biológicos y ecológicos de la época en la que se extinguieron los dinosaurios no avianos. Fuente: Infobae.

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martes, 9 de abril de 2024

Opisthodactylus kirchneri. ¿Qué tan rápido era el ñandú más grande de América del Sur que habitó el noroeste argentino?

 

El equipo científico –interdisciplinario-, logró dilucidar aspectos paleobiológicos del mayor ñandú que pobló los suelos de América del Sur –específicamente en zonas del noroeste argentino-, gracias a la utilización de estudios de biomecánica, geometría y morfología funcional.

El ejemplar en cuestión corresponde a un ave terrestre extinta con incapacidad de vuelo, muy similar a los ñandúes que hoy viven en América del Sur y con los que se encuentra emparentado filogenéticamente –tal lo demuestran los estudios de ancestralidad y descendencia (i.e., Análisis Filogenéticos) de este fósil conocido en en 2017 con el nombre de "Opisthodactylus kirchneri", fruto del trabajo de Jorge Noriega, director del Laboratorio de Paleontología de Vertebrados del CICYTTP, Centro que integra el CONICET Santa Fe.

La investigación, recientemente publicada en la revista internacional GEOBIOS, ha permitido revelar los aspectos paleobiológicos de esta ave extinta, a partir de fósiles hallados que se estudian a través de estimaciones con formas vivientes emparentadas filogenéticamente, “como comúnmente se conocen a las relaciones de ancestralidad y descendencia entre las especies”, según explica Raúl Vezzosi –especializado en paleontología de vertebrados con énfasis en aves y mamíferos de América del sur-.

En cuanto a la procedencia de los fósiles -Mioceno tardío, en los últimos 7 millones de años-, corresponden a lo que su colector, (Alfredo Castellanos, médico aficionado a la Paleontología), denomina como 'Araucanense medio', se corresponden con depósitos geológicos situados al noroeste de Agua del Chañar, en el Valle de Santa María, de la provincia de Tucumán. Sobre los fósiles, estudiados previamente por Jorge Noriega, precisa Raúl Vezzosi que “se corresponden a restos de huesos de ambas extremidades posteriores, representados por un fémur, tibias, tarsosmetatarsos y huesos de los dedos”.

A través de la confección de bases de datos -integradas en modelaciones matemáticas y estudios biomecánicos logrados en base a un modelo desarrollado por los científicos  del grupo para aves carnívoras terrestres extintas incapaces de volar –cursoriales,  conocidas como 'aves del terror'-; los investigadores obtuvieron información relevante de las diferentes especies de aves terrestres vivientes con grandes extremidades posteriores que hoy habitan el hemisferio sur; como los ñandúes sudamericanos, el avestruz africano, el emu australiano y el casuario austral de Indonesia. Al respecto, explica Vezzosi que “la información obtenida de las proporciones anatómicas que forman las extremidades posteriores de estas aves vivientes, permitieron las comparaciones con las extremidades de la especie extinta”.

Washington Jones (paleontólogo, especializado en aves fósiles de América de Sur), explica que “pudimos conocer el peso corporal –a través de las proporciones de masa- y así logramos estimar cómo se desplazaba en carrera el ñandú extinto de América del Sur, revelando así la máxima velocidad de carrera.  Por su parte, Ernesto Blanco -físico especializado en Paleobiología y biomecánica-, explica que “los resultados obtenidos a partir de ecuaciones alométricas (dimensiones en tamaño), permitieron conocer que Opistodacthylus kirchnerii fue un ñandú proporcionalmente grande, con extremidades posteriores largas y más robustas que las observadas en los ñandúes vivientes”.

La investigación permitió también hacer la estimación del peso corporal –en unos 35 kilogramos-, lo cual permitió reconocer una relación de proporcionalidad con los registros de ejemplares adultos de Rhea americana (10.5–40 kg), del emú australiano Dromaius novahollandiae (17.7–48 kg) y del casuario austral Casuarius casuarius (29.2–58.5 kg) de Indonesia y Nueva Guinea.

A pesar de ser un ave cursorial (aquellas adaptadas para correr), con extremidades posteriores largas y robustas y con una masa corporal importante, las proporciones de sus extremidades posteriores no le permitieron ser un buen corredor –tal como lo son los avestruces y ñandúes. Por esto, los llamativos 50 km/h que lograba adquirir en carrera, no eran suficientes para superar en velocidad a las especies vivientes; aunque puede que haya logrado adquirir un desplazamiento similar a las especies de Indonesia y Australia.

Para concluir, señala Washington Jones, que “el hecho de haber logrado preservar parte de los dedos de sus extremidades posteriores,  nos permitió estudiar en detalle estos elementos anatómicos, a partir de lo que interpretamos que este segmento distal habría brindado adaptaciones particulares ante las condiciones paleoambientales imperantes durante el Mioceno tardío de América del Sur, las que resultarían diferentes a las de sus parientes actuales de América del Sur y más próximas con las originarias de Indonesia, Nueva Guinea y Australia, como los emus o casuarios”.Fuernte: Conicet.

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